Doce años pasaron y ahora, en retrospectiva me parece que no han pasado aún. Todavía me falta por vivir, espero.
Durante mis años de negociante en eso de los periódicos, estuve como ajeno a una parte de mí que siempre consideré sagrada: la literatura, la música y un anhelo de encontrar en ellos un escape lúdico que guardo en mí como un pedacito vivo de mi niñez. Esa parte de mi, que en los trajines de la diaria lucha por tener un mejor status, un mejor “nivel de vida” fui olvidando y cambiando por una sinfonía indolente y monótona de angustias cotidianas, da de nuevo señales de vida y lanza un hondo grito de esperanza…¡Macondooooooo!
De a poco he ido acudiendo al llamado del dharma y he comenzado mi camino de vuelta a Macondo…el lugar imaginario donde García Márquez nos llevó a perdernos en el laberinto genealógico de los Buendía, donde Remedios La Bella remontó al almendro y alcanzó a tocar las estrellas y donde el fantasma de Melquíades ronda eternamente dictando versos proféticos en sánscrito a quien esté tan loco para verlo en la penumbra de su cuarto y para ponerle atención.
Mi vuelta a Macondo me emociona y lo estoy celebrando con la relectura de “Cien años de Soledad” y reinscribiéndome en la universidad con la intención de terminar mi carrera de informática y administración de negocios (que nada que ver con literatura y música) y que me sirve para enfatizar que puedo aspirar a ser multifacético.
Vuelvo a Macondo porque siempre se me ha figurado como ese lugar utópico donde se acude en los corredores oscuros de la conciencia, cuando el alma pide a gritos un respiro de aire nuevo y un sorbo refrescante de cara a un Caribe tórrido y caliente; un inframundo latinoamericano mío y de todos.
¡Ah…Macondo! Hasta tu nombre me resuena en el vacío como el silencio y soledad que tanto buscan los espíritus atormentados, los cansados de vagar por la jungla de asfalto y los egos empeñados vanamente en aparentar éxito y felicidad, sin entender que están a la vuelta de la esquina esperando junto a dos íntimos amigos: aceptación y desapego.
Macondo se me figura un centro de energía cósmica. Algo así como el Portal del Señor de Asturias, la dulce anatomía de la Gala de Dalí, la cumbre helada del Kotopaxi, el sihguán entrada a Xibalbá o la Vieja Habana de Fidel y los frutos de su revolución.
Macondo…ese lugar a donde vuelvo de vez en vez y ahora, poco a poco voy asumiendo como mi origen y destino, para ir comenzando a cerrar el semicírculo de esta vida y comenzar otra…en otro sentido, en el sentido de una implosión cada vez más dentro de mi mismo, adentro, adentro sucesivamente al infinito y desde allá pensar: ¡Gracias Gabo!